sábado, 19 de febrero de 2011

80º aniversario de la película Drácula de Tod Browning

Y del vampiro más famoso de la historia de la literatura, me voy a uno de los más famosos del cine: Drácula interpretado por el actor Bela Lugosi (que a lo largo de su carrera interpretó a este personaje un sin fin de veces)

Me parecía interesante nombrarlo ahora, ya que este año, se celebra el 80º aniversario de su preestreno en Nueva York. Fue dirigida por Tod Browing y producida por la Universal.

Esta es una nota que encontré, hace unos días, donde se habla sobre Drácula y todo el origen de las películas de vampiros.



UNO. Antes de Drácula de Tod Browning, del que hoy, 12 de febrero 2011, se conmemora el 80º aniversario de su preestreno por todo lo alto en Nueva York, está la maravillosa novela homónima de Bram Stoker, el creador de ese agujero negro de la imaginación, en palabras del historiador David J. Skal; el autor que logró humanizar a través del personaje del Conde el concepto ajeno del Mal, de ahí el triunfo de la novela y del personaje, según relata Stephen King en el ensayo Danza macabra.

Tal vez no exista otro personaje como Drácula. Ni siquiera Peter Pan, Sherlock Holmes, Robin Hood, el doctor Jekyll y Mister Hyde, alcanzan la seducción profunda que posee el famoso vampiro, el lado monstruoso que persuade a cualquier persona, independientemente de su condición, raza, cultura. Lo sensual, sexual, inconsciente, misterioso y todo aquello que nos conecta con lo más hondo del ser humano, con esa amenaza que nos atrae, todo eso, expulsa Drácula, que en las páginas de la novela apenas aparece, pero su sombra, su niebla, se siente en cada una de ellas con una fría inquietud, con una perturbadora contradicción. Quizá ésta es la diferencia más significativa entre la novela y las numerosas adaptaciones cinematográficas y mayores sucedáneos surgidos de esa Piedra Rossetta que es el libro de Stoker.



DOS. La película, dirigida por Tod Browning, producida por la Universal, protagonizada por Bela Lugosi -los tres pilares de esta ensoñación que te transporta a otro tiempo, a un estado entre la vigilia y el sueño-, es fundacional, paradigma de cientos de películas de terror y de toda una iconografía de decadencia, a pesar de que F. W. Murnau había firmado con Nosferatu, en 1922, una versión no oficial basada en la novela. Pero el filme de Murnau, donde el vampiro se asemeja más a una rata, es otra cosa. El primer Conde Drácula del cine fue (es) Bela Lugosi. Drácula fue una bendición y una maldición. Drácula nunca muere, dijo el actor húngaro, al que se le encasilló en ese papel, aunque ya lo interpretaría en escasas ocasiones.

Resulta curioso que Lugosi, familiarizado con el personaje, pues era el protagonista de la obra de teatro que se representaba en Broadway en la década de los veinte, tuviese que superar distintas pruebas y enfrentarse a otros actores, Paul Muni, Conrad Veidt, Ian Keith y William Courtnenay, para dar vida al amenazante vampiro. En realidad, la primera opción de la Universal fue ‘El hombre de las mil caras’, Lon Chaney, que ya había trabajado con Browning en varios títulos durante el cine mudo con éxito, como Garras humanas (1927). La muerte de Chaney en agosto de 1930 lo impidió. Entonces comenzaron las pruebas hasta el inicio del rodaje en octubre de ese año.

TRES. Carl Laemmle Jr., hijo del fundador de la Universal, había crecido con las películas silentes de terror de los estudios, así que fue un trayecto normal que quisiera producir Drácula. Su idea era realizar una gran producción a partir de la novela de Bram Stoker, cuando el ‘crack’ de 1929 le puso los pies en el suelo, conformándose con una adaptación de la obra teatral, más modesta en su dimensión artística y económica. Estos inconvenientes no erosionaron la confianza de Carl Laemmle Jr. en el éxito del filme. De hecho, los Estudios, en su afán por extenderse por el mercado hispano, rodaban a la vez versiones españolas de lo que consideraban serían sus grandes títulos. Dirigida por George Melford, producida por Paul Kohner, protagonizada por Carlos Villarías y Lupita Tovar, la versión hispana de Drácula
es una pequeña joya semidesconocida, comparable a la de Tod Browning. La versión inglesa se empezaba a filmar a las ocho de la mañana y finalizaba a las ocho de la tarde; mientras que la española comenzaba de noche y acababa al amanecer. Los dos equipos usaban los mismos decorados. Los de la versión española tenían que ver lo que rodaba Browning y luego imitarlo, pero siempre trataban de mejorarlo, de otorgarle más matices y dinamismo a las escenas, tal vez influidos por el influjo de la madrugada.



CUATRO. No nos engañemos. La película de Tod Browning sigue seduciendo en el manejo de sus sombras, en las reminiscencias expresionistas, en el estilo visual definido por el director de fotografía, Karl Freund -operador de Fritz Lang en Metrópolis (1926) y autor de otro clásico de la Universal, La momia (1932)-, en la apasionante creación de una ambiente inquieto, ambiguo, y, sí, porque Carlos Villarías no es Bela Lugosi, a quien la película debe una parte importante de su gloria. Browning, que en el cine mudo filmaba con desenvoltura, tuvo problemas de aclimatación con la llegada del sonoro, debido a la aparatosidad de los equipos de sonido. Esto es salvado por el cineasta utilizando el silencio para crear una atmósfera turbadora, más efectiva que los diálogos (aunque hay algunos inolvidables).

CINCO. Lo que no ofrece dudas es que Drácula atesora las características de los personajes marginados que atraían al realizador. Destaca la primera parte de la película, con la llegada de Renfield en el coche de caballos a ese pueblo acobardado por las supersticiones y la presencia decadente del castillo del Conde. El coche de caballos atravesando un paraje desolador, tenebroso, escarpado, conducido por un cochero que es Drácula, que ha desaparecido cuando el coche llega a su destino: ese castillo lleno de telarañas, ratas, armadillos, polvo., creando una sensación fantasmal con influencias góticas y expresionistas, el ‘travelling’ hacia los ataúdes, y el miedo anidando en el alma antes de la partida a Inglaterra. El naufragio, la llegada a la ciudad en la que la película cambia de registro, se hace más teatral, sobre todo en los interiores de la casa del doctor Seward, como en la secuencia del espejo entre Van Helsing y Drácula. Los ojos duros iluminados de Drácula, más duros, más deseosos, la capa tragándose a sus víctimas cada vez que las muerde, como a la vendedora de flores, el contenido sexual que subyace mezclado con el horror, lo sobrenatural más deslumbrante que lo terreno, la confrontación entre lo blasfemo y lo sagrado, entre lo velado y lo evidente, entre clases y seres diferentes, Drácula entrando en el teatro, diciendo aquello de «Hay cosas peores que esperan al hombre tras la muerte», fijando sus ojos en Lucy, en Mina, seduciéndolas, recitando la célebre frase «Yo nunca bebo. vino», con el deseo reflejado en la cara de Lugosi, con su mano hipnotizando a sus víctimas, la niebla cubriendo la ciudad, el aullido de los lobos, la aparición de un repelente Van Helsing demostrando sus convicciones: «La superstición de ayer puede convertirse en la certeza científica de hoy», pero todos, el doctor Seward, Jonathan Harker, Mina, lo miran incrédulos, y Van Helsing sigue: «La fuerza del vampiro es que nadie cree en su existencia», la locura de Reinfield., todo, incluso el amaneramiento teatral, resulta cautivador, si exceptuamos su precipitado desenlace, demasiado veloz, casi como si el dinero se hubiese acabado y hubiera que terminar, con la muerte en off de Drácula.



SEIS. Nada de este Drácula sería igual sin Bela Lugosi. Se convirtió en un ídolo. Su interpretación atrajo sobre todo a las mujeres, que advertían el trasfondo sexual del personaje, fascinadas por la cadencia susurrante de su voz, lenta, persuasiva, por lo misterioso de su personalidad, un caballero de otra época, sombrío, vicioso, que escondía más de lo que mostraba, capaz de conducir a cualquiera más allá de lo inimaginable, con sus ojos penetrantes buscando sangre y cierta afectación que potenciaba su diferencia con los demás. Al final, Drácula mordió a Lugosi, le chupó la sangre, el actor quiso matarlo, pero Drácula se reía, continuaba bebiendo su sangre.

SIETE. También brilla la intensa actuación de Dwight Frye, que encarna a Reinfield, el personaje que más modificaciones experimenta en su registro a lo largo de la película. Con una amplia carrera en Broadway, Frye da vida al inicio a una persona segura de sí misma, que no cree en vampiros, que se burla de las supersticiones, para convertirse después de la revelación de Drácula en un loco desquiciado que come insectos, con sus ojos saltones que perturba en cada aparición. Edward Van Sloan interpreta, al igual que hacía en la versión teatral, a Van Helsing, con monolítico convencimiento. David Manners encarna a Harker, que siempre dijo que él apenas recordaba a Tod Browning, sólo a Karl Freund. Helen Chandler compone el papel de Mina con lívida belleza y Frances Dade el de Lucy con femenina curiosidad.

OCHO. Drácula se presentaba en Nueva York el 12 de febrero y se estrenaba comercialmente el 14 de febrero. La película cosechó un éxito rotundo. La gente salía maravillada y aterrada de la oscuridad de la sala. Tal vez, hoy día la película no asuste, sin embargo, en su época, los espectadores abandonaban el cine inquietos, sorprendidos de la visión del filme de la Universal. De hecho, en muchos cines se estrenó una versión muda, al no estar preparados para los equipos de sonido. Gran parte de esta celebridad fue a causa de la persistente campaña de publicidad de la productora, diseñando numerosos y diferentes pósteres para la época, en los que se insinuaba lo prohibido, sin olvidar el impactante tráiler que puede verse en el DVD del filme.

NUEVE. Tod Browning aún dirigió para la MGM La marca del vampiro (1935). Una cinta que se maneja de manera rutinaria entre el relato estilo Agatha Christie y relato de seudo-terror vampírico, donde Bela Lugosi actuaba en un papel similar, como en El retorno del vampiro (Lew Landers, 1944), o de nuevo como Drácula en la comedia Abbott y Costello encuentran a Frankenstein (Charles Barton, 1945). Ninguno de estos títulos resultan reseñables o aportan algo al mito del No Muerto. Un mito que ha ido creciendo con los años, que lejos de extinguirse sigue hincando sus colmillos y aumentando. Acaso, lo encomiable del personaje (de ahí que sea una creación majestuosa) es su capacidad para aguantar los innumerables maltratos a los que ha sido sometido. Porque ha habido Dráculas de todos los tipos: Dráculas negros, nipones, pop, porno, ibéricos, etcétera; y miles de sucedáneos (la reciente saga Crepúsculo, o la serie Buffy, por ejemplo); y una nómina de cineastas (Terence Fisher, Roman Polanski, Dan Curtis, Werner Herzog, Paul Morrissey, John Badham, Francis Ford Coppola, y la lista sigue hasta la eternidad) seducidos por él, que dieron una visión del Conde a partir de estéticas y fondos distintos.



DIEZ. Una cosa parece más cierta que otra: ¿quién no se siente atraído por el dulce susurro de Drácula? ¿Si no, a qué tantas adaptaciones? La versión ‘naif’de la Hammer, dirigida por Terence Fisher, en 1958, con un espigado Christopher Lee como Drácula y un engreído Peter Cushing como Van Helsing, continuando por otras producciones Hammer más o menos interesantes como Drácula, príncipe de las tinieblas (1966), del mismo Fisher, también con Lee en la sangre del Conde. El Drácula de Dan Curtis, de 1973, escrita con fidelidad por Richard Matheson y protagonizada por un gran Jack Palance. La nueva revisión de la Universal, en 1979, más romántica y melancólica, a cargo de John Badham, con Frank Langella como Drácula. El homenaje de Herzog al Nosferatu de Murnau, con el intenso Klaus Kinski. El portentoso trabajo de Coppola, devolviéndole una dimensión humana y romántica a su Drácula, interpretado por Gary Oldman, aunque lo que destaca es la hipnótica puesta en escena del director. Y miles de títulos sustitutivos de lo vampírico, desde la actual serie de Alan Ball, True Blood, a los vampiros del espacio de Fuerza vital (Tobe Hooper, 1985); a la urbana, lésbica, erótica, The hunger (Tony Scott, 1983); a la sugerente propuesta de Neil Jordan en Entrevista con el vampiro (1994), a los cazadores de chupasangres de John Carpenter, en Vampiros; y la lista de títulos y directores sigue, no se detiene, Wes Craven, Stephen Norrington, Guillermo del Toro y su genial Cronos, porque, ¿quién no ha deseado ser mordido por un vampiro?



(fuente: http://www.diariosur.es)

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